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Dulce: otra Florence, pero no francesa

Una mañana del 2004, tras dejar a su hijo en el kínder, fue levantada y llevada a la antigua SIEDO, donde la torturaron para que confesara el secuestro del hijo de un empresario de la comunidad judía; 18 años y siete meses después, sigue interna en el Reclusorio Femenil Tepozanez, en prisión preventiva y sin sentencia, por un delito que ella no cometió

9 / 09 / 22

¿CUÁL ES LA HISTORIA?

EMEEQUIS. Imagine que un día va a dejar a su hijo de cinco años de edad al kínder y de regreso a su casa le detiene un vehículo con hombres armados que le obliga a subirse a la unidad. Imagine que son las 9 de la mañana, un 16 de febrero de 2004; entonces le mantienen en privación de su libertad mientras es víctima de tortura, malos tratos y acusaciones que no entiende. Cuatro horas más tarde, aparece usted en las oficinas de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO), con el señalamiento de pertenecer a una banda dedicada al secuestro. Horas después, le presentan ante el ministerio público, pero no para declarar, sino para firmar una declaración ya hecha, después de horas y horas de golpes. Usted resiste y no firma. Luego le bajan a las “calderas” de la SIEDO y le ponen una cámara de video enfrente; arriba de ella, unas cartulinas con las contestaciones que debe dar a las preguntas que un hombre le hace: “¿Por qué estás aquí?”, en la respuesta, usted alcanza a visualizar –con el poco aliento y energía tras los golpes y mientras tiene las manos amarradas hacia atrás- “por secuestradora”. Pero no, decide no leerlo tal cual y contesta “ahí dice que por secuestradora”. Mala respuesta; sus captores le golpean en la cabeza y le jalan aún más los brazos hacia atrás. “Lee bien”, le ordenan. Usted decide no hacerlo, y así transcurre el tiempo contestando preguntas mal leídas. Usted piensa en su hijo de cinco años, ¿quién irá por él? Nadie sabe que usted está ahí, en las oficinas donde supuestamente se procura justicia en este país, tras horas de golpizas, gritos y amenazas. Ruega por una llamada, una sola que le permita avisar en el jardín de niños que alguien más debe recoger a su niño. Se la conceden con una condición: que no diga dónde está. Luego, unas cachetadas más, otros golpes en las costillas. Han pasado 12 horas de su captura sin orden de aprehensión y sin entender qué está pasando. Sin agua, sin comida. Algo dentro de usted, una luz de esperanza le dice: esto se aclarará, ellos se darán cuenta que no soy ninguna secuestradora, me dejarán ir.

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Pierde la noción del tiempo. Luego la suben a un cuarto donde ve a quien fue su jefe: el empresario textilero Salomón Yedid; piensa que es una salvación, pero no. Él le dice que confiese que usted secuestró a su hijo, un caso que conoció y para el que incluso se ofreció como testigo dos años atrás. Escucha decir que ese expediente debe resolverse y comprobarse el delito de secuestro, que para eso se necesita encontrar a los culpables; una vez procesado el caso como un real secuestro, la aseguradora paga una cantidad pactada al empresario.

Le vuelven a amenazar, ahora con matar a su hijo si no acepta que participó en el plagio de esa persona de la comunidad judía. ¿Cómo logró el empresario entrar a la SIEDO, estar con los agentes de la Agencia Federal de Investigación (AFI) y amenazar a la persona acusada? No lo sabe, no lo entiende. Piensa que la pesadilla pasará. Pero ¿sabe qué? La pesadilla no pasa. No pasa nunca.

Un día despierta en el Reclusorio Femenil Tepozanes, en Nezahualcóyotl, Estado de México, y se da cuenta que han transcurrido 18 años y siete meses en prisión por un delito que no cometió y por el que, increíblemente, aún no tiene sentencia. Sí, sí… sí. Casi dos décadas de su vida en el encierro y sin sentencia porque la única que hubo en 2007 recibió un “recurso de alzada” que la tiró y por tanto sigue en prisión preventiva con el caso abierto. ¿Por qué permanece abierto? Porque no cuadran las declaraciones, porque un peritaje oficial demostró que las firmas de éstas no eran suyas, porque se evidenció que se violaron sus derechos, porque se asentó que no hay pruebas de que usted haya secuestrado a nadie, porque se acreditó la tortura. Pero, ¿sabe qué? Eso no importa al sistema, ni a los jueces, ni a los magistrados, ni a los ministros de la Suprema Corte de Justicia. A nadie de ellos les indigna que usted sea una mujer que se llama Dulce María Obregón Cervantes y que sea probablemente la interna con más años en prisión sin una sentencia; que tras las rejas ha visto pasar su vida. Ahora ese niño de cinco años de edad que dejó aquella mañana en el kínder tiene 24 años y es un joven con inestabilidad emocional que ha intentado quitarse la vida porque no entiende qué pasó con su madre. Creció sin entender quién se la arrebató.

Usted es Dulce María Obregón Cervantes, con la carpeta 19/200-4, con 18 años y siete meses de su vida sin volver a caminar por las calles de su país, sin abrazar a su familia, sin dormir en una cama decente, sin viajar, sin ir a un mercado, sin ir al cine, sin acariciar a un perro. Usted es víctima de una cúpula policial-empresarial-gubernamental que dominó México a su antojo en la época de los “super policías” Genaro García Luna y Luis Cárdenas Palomino, ahora ambos encarcelados y procesados en Estados Unidos. ¿Pero la Corte se ha preguntado quiénes son las demás víctimas de ese sistema corrupto y oscuro que siguen viviendo una pesadilla? Parecería que no. Porque usted, Dulce María Obregón Cervantes, sigue dentro sin que su caso sea conocido. No es Florence Cassez, no tuvo la atención de su país natal, Francia, ni los reflectores de los medios, porque es una mexicana más que está en el olvido de todas y todos. Que vende quesadillas y demás comida dentro del penal para enviar dinero a su hijo; que duerme con la angustia de cómo estará creciendo, desarrollándose, haciéndose adulto sin usted. Que espera que un día sus pies toquen al fin la acera de una banqueta en la libertad, esos pies que ingresaron al encierro a sus tiernos 28 años de edad y ahora tienen 47 años.

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Dulce María Obregón Cervantes, todos deberíamos ser usted y exigir que su caso sea atendido; que no se puede tener a alguien en prisión “preventiva” durante casi 19 años por un delito que no cometió, mientras el mundo afuera sigue como si nada. Dulce María Obregón Cervantes, que no se nos olvide su nombre.

@Sandra_Romandia

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SOBRE EL AUTOR

Sandra Romandía



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