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Generales: nadie levanta la mano para volver a los cuarteles

Los militares habían sido reacios a encabezar tareas de seguridad, ante la ausencia de claridad jurídica. El problema es que ahora, ante la falta de una corporación civil, no se ve que puedan dejar esas actividades.

Por Emequis
9 / 21 / 22

CONFIDENTE EMEEQUIS

EMEEQUIS.– Los militares, hasta ahora, habían sido reacios a encabezar tareas que corresponden a los civiles. Tenían motivos para ello, y en particular porque solían quedar embaucados en espirales de críticas y aun de descrédito.

El 2 de octubre de 1968 y la guerra sucia que se desató posteriormente, a lo largo de los años setenta y principios de los ochenta, eran motivos más que suficientes para no despegarse de los deberes estrictamente militares y por supuesto constitucionales.  

Las operaciones de combate a la guerrilla, sobre todo en Oaxaca, Chiapas y Guerrero, ya significaban, desde entonces, un riesgo muy elevado, aunque quizá los mayores excesos se cometieron al enfrentar a las guerrillas urbanas y en particular a la Liga Comunista 23 de septiembre. 

Las ordenes o las dinámicas que permitieron la violación cotidiana de los derechos humanos, pudieron provenir del poder civil, pero una parte nada despreciable de los ejecutores procedían de los cuarteles o de la Dirección Federal de Seguridad.  

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La utilización del Batallón Olimpia en Tlatelolco y la participación de militares como Arturo Acosta Chaparro y Héctor Quiroz Hermosillo en la Brigada Blanca, con sus respectivos grupos operativos, dejaron muy mal sabor de boca y cuentas pendientes que están por saldar. 

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Otro tanto se podría decir de los estragos que causó la operación Cóndor de combate al narcotráfico en estados del Pacífico y del norte del país. 

Por ejemplo, la visita que por estos días realizan familiares de víctimas de tortura y desaparición forzada en el Campo Militar Uno, tienen que ver con esa historia, con heridas que no acaban de cerrar y que será difícil que lo hagan por las características mismas de los delitos que se denuncian. 

Este martes estuvieron por varias horas en las instalaciones del Batallón de Fusileros Paracaidistas, el Segundo Batallón de Infantería y la Policía Militar. Los integrantes de la Comisión para el acceso a la verdad de la Guerra Sucia no van a encontrar nada relevante, pero su recorrido por el lugar tiene un innegable valor simbólico. 

Hace unos meses, el secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval, intentó trasladar a los propios civiles, parte de la cuenta de los excesos, de unos y de otros, al anunciar que colocaría los nombres de los militares fallecidos en combate a los grupos subversivos en un muro de honor, en el propio Campo Militar Uno.  La iniciativa no prosperó, por las quejas de organizaciones de derechos humanos que hicieron ver que no se podía equiparar a quienes sufrieron la represión de quienes la ejercieron. 

Pero esto da cuenta de la complejidad que tiene la revisión del pasado y de lo que seguramente se enfrentará en el futuro, una vez que se afinen balances y que se determinen responsabilidades, ante un esquema legal que continúa en las brumas.  

Los generales solían ser cautos, pero expresaban su disgusto por la participación, entonces incipiente, en tareas de seguridad pública. El general Antonio Riviello, cuando era secretario de la Defensa Nacional, solía recordar que los soldados no eran policías, ni mucho menos querían serlo. 

En 2017, ante la ausencia de claridad jurídica sobre las actividades que estaban realizando las tropas en seguridad pública, el general Salvador Cienfuegos señaló: “si me piden que levante una mano para preguntarme si quiero que los militares regresen a los cuarteles, levanto las dos”.

El problema, a estas alturas, es que no se ve que puedan dejar las actividades que realizan en materia de seguridad, porque no existe una corporación civil que se encargue, y porque se decidió que así sea. En los hechos, ya nadie les pedirá que levanten la mano, y es probable que ni siquiera se planteen hacerlo. 

EL PAN Y LA ¡BOMBA! DE LAS TRAICIONES

El que sea un senador de Yucatán, Raúl Paz Alonzo, quien abandone las filas del PAN para sumarse a Morena, describe el empeño que tienen en Palacio Nacional de sacar la iniciativa que mantendrá a los soldados por una década en las calles. Paz Alonzo no tiene principios, pero algo se quebró en una de las regiones donde el panismo es más aguerrido y con una historia notable. 

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Algo le ofrecieron, quizá la candidatura para la alcaldía de Mérida y una cobertura de impunidades que nunca viene mal, y menos en estos ajetreados momentos. 

@jandradej

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Emequis

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