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Prensa de alquiler vs. Periodismo

ANA V. CLAVEL recupera fragmentos de la historia del “chayote” y algunos de sus protagonistas: “Recordado como el emperador del chantaje y del soborno por su pluma, cobraba más por lo que callaba que por lo que escribía”.

Por Emequis
11 / 30 / 19

¿Qué tiempos, señor don Simón?

“Ese gallo quiere maíz” es una frase atribuida a Porfirio Díaz para referirse a los periodistas que criticaban su gobierno. Así, con el acto de la comida se representaba el juego perverso para controlar una oposición que podía disminuir su imagen ante propios y ajenos. ¿Existía disenso ante la figura hegemónica del poder? Entonces había que acallarlo con pan… Ya se sabe: buche lleno, corazón contento. La imagen es por demás atinada: el gallo “canta”, es decir, revela verdades… pero no se puede chiflar y comer pinole.

“Embute”, “chayote”, “prensa de alquiler” es como se conoce al oficio fraudulento de quienes corrompen el sentido ético y social del periodismo. En un texto canónico de Carlos Monsiváis, “El embute o la libertad de sumisión” (Proceso, 2 de junio de 1979: https://www.proceso.com.mx/126200/el-embute-o-la-libertad-de-sumision), se hace referencia a la acción verbal “de embutir, de llenar la boca, de impedir con dádivas la emisión de las palabras”. Por eso es “el equivalente periodístico de la mordida, el cohecho indispensable que aceita y moviliza los mecanismos de apoyo y contentamiento que van de la prensa a los sectores dominantes”. En su peculiar estilo irónico lo define también como: “Arca de la Alianza y flor de las adormideras, sobresueldo legendario y reclasificación jerárquica, tentación sin riesgo de pecado y lontananza del aspirante, el embute es, en la prensa mexicana, la institución ortodoxa que prescinde de la fe para entrar de lleno en la demostración”.

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Por su parte, Julio Scherer en el libro Los presidentes (1986) explica cómo el término “chayote” vino a desbancar el de “embute” en el periodo de Díaz Ordaz, al parecer por una anécdota circunstancial: “Mientras el entonces presidente de la República pronunciaba un día de 1966 el discurso inaugural de un sistema de riego en el estado de Tlaxcala, entre los reporteros corría la voz: ‘¿Ves aquel chayote? Están echándole agua. Ve allá’… Allá, semioculto por la trepadora herbácea, un funcionario de la Presidencia entregaba el chayote, nombre con el que desde entonces se conoce al embute en las oficinas de prensa”. 

Además de atragantar a quien lo recibe, de tal modo que ya no puede decir ni pío, o sólo cacarear al gusto de su postor, sospecho que tanto embute como chayote juegan también con un cierto sentido del albur, de connotación sexual –homosexual para más señas–, de quien es sometido o doblegado por una virilidad superior.

 DENEGRI: EL VENDEDOR DE SILENCIO Y ALABANZAS

La más reciente novela del escritor Enrique Serna, El vendedor de silencio (Alfaguara 2019), es una portentosa radiografía moral –o más propiamente, inmoral– de Carlos Denegri, “el mejor y el más vil de los periodistas” en palabras de Julio Scherer. También Carlos Monsiváis habló del renombre paradigmático de Denegri, “quien llevó el embute hasta el extremo de la impunidad”. Periodista estrella de Excélsior hacia mediados del siglo XX, era el líder de opinión más influyente de México. Protegido y mimado por varios presidentes, destacó por su falta de escrúpulos: prodigaba alabanzas y vendía silencios a altos precios. Su Fichero político y su columna Arsénico catapultaban o sepultaban carreras y prestigios. Recordado como el emperador del chantaje y del soborno por su pluma, cobraba más por lo que callaba que por lo que escribía. Su nombre es sinónimo de prensa de la extorsión, la calumnia o el elogio desmedido. Fue, sin lugar a dudas, el rey del embute, al servicio de los poderosos. 

Luego de tres décadas de influencia e impunidad absolutas, Denegri contempló su caída con la figura del “Mirlo Blanco”, un rara avis en el medio, el incorruptible Julio Scherer, quien, nombrado director de Excélsior en 1968, lo sacó de circulación. Su trágica –pero deseada por muchos– muerte a manos de su última esposa en 1970, no fue sino la consecuencia de su misoginia desmedida que lo llevó a protagonizar escenas delirantes y monstruosas, un reflejo íntimo de su descomposición social. Así, al enlazar destino individual y colectivo, Enrique Serna nos entrega un libro fuera de serie: el retrato oscuro de la ignominiosa vida privada de un país.

LOS PERIODISTAS DE LEÑERO

Si bien Julio Scherer es un antagonista, un ángel exterminador de Denegri en la obra de Serna, en Los periodistas (1978) de Vicente Leñero, es figura protagónica. Libro testimonial, crónica, novela de no ficción, narra uno de los capítulos más significativos de la historia de México: el golpe del gobierno de Luis Echeverría al periódico Excélsiorentonces dirigido por Julio Scherer García, el 8 de julio de 1976 –suceso que derivaría en la fundación de Proceso, unomásuno y Vuelta–. Dice con razón Carmen Aristegui en el prólogo a la edición de los 30 años del golpe de Excélsior, que la obra de Leñero es un libro emblema de quienes luchan por la libertad de expresión y de quienes la detestan: “Se cuenta aquí, aquello que marcó un antes y un largo después en el periodismo mexicano. El punto de partida para la epopeya de la prensa libre. Compendio de miserias y lealtades. Mirador privilegiado de entrecruces entre poderosos e informadores. La historia de quienes resisten, embisten y se salvan”. 

Lectura obligada para estudiantes, periodistas y ciudadanos que buscan entender las claves de la historia reciente y que no terminan de asombrarse –aun hoy en día– ante los “intríngulis de la prensa y los sótanos del poder”. Al relatar la dinámica de la redacción embestida por el despotismo de Regino Díaz Redondo, quien sabiéndose protegido por Echeverría, pisoteaba el derecho a la información, Leñero nos ofrece el retrato en claroscuros de los periodistas que ejercieron su derecho a pensar y disentir, frente a quienes optaron por la traición y el servilismo. Escribe el autor sobre estos últimos: “Se les ofrecía como premio el poder; se les exigía un precio: la traición. Para los ambiciosos, para los resentidos, para los mediocres, no era un precio excesivo; la  operación era un cohecho más, otro embute que valía la pena aceptar clausurando el último temblor de la consciencia”.

POSTAL DANTESCA

En el octavo círculo del Infierno de la Divina comedia se encuentran los culpables de fraude y traición. Dice Dante en el Canto XVIII: “Hay un lugar en el Infierno, llamado Malebolge, construido todo de piedra y de color ferruginoso, como la cerca que lo rodea…” Ahí, guiado por Virgilio, ve un foso con gente sumergida en mierda, proveniente de las letrinas del mundo. Añade el poeta florentino: “mientras tenía la vista fija ahí dentro, vi uno con la cabeza tan sucia de excremento, que no podía saber si era clérigo o seglar”. A pesar de su aspecto asqueroso, reconoce en él a un conocido: Alejo Interminelli de Luca –pero bien pudo llamarse Carlo Denegri–, cuando golpeándose la cabeza, el condenado al suplicio eterno, le confiesa: “Aquí me han sumergido las lisonjas que no se cansó de prodigar mi lengua”.

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Ahora que las redes sociales están volcadas al señalamiento de los medios, El vendedor de silencio, de Enrique Serna, y Los periodistas, de Vicente Leñero, son dos caras del mismo proceso, los entretelones del poder y la libertad de expresión. Así como hay personajes siniestros como Carlos Denegri y Regino Díaz Redondo, también hay periodistas como Scherer, Miguel Ángel Granados Chapa y el mismo Leñero, cuya labor comprometida con el oficio sentó precedentes para las investigaciones periodísticas que han seguido después –como las de la Casa Blanca, la Estafa Maestra, Mirar morir: el ejército en la noche de Iguala, por citar algunas recientes–, que han minado el poder del Partido y sus alianzas. Una labor arriesgada pero invaluable, que no puede ni debe detenerse, menos ahora que la hidra del crimen organizado no paga con embutes sino con el horror y la muerte.

 

@anaclavel99

 

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