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El Presidente Municipal de la República

AMLO es un gobernante que, para no vivir soberbiamente en una residencia, se alojó austeramente en un palacio. ANÁLISIS del estilo personal de gobernar del presidente.

Por Emequis
4 / 20 / 20

Leo cada vez más llamados a la unidad de los mexicanos. Hace pocos días un analista, acaso en un arrebato patriótico, iba mucho más allá: en esta hora sombría de confinamiento apelaba a nuestra Grandeza para remontar odios y así arribar ya, de una buena vez, a la anhelada Cuarta Transformación.

Era semejante el tono de otra colega que hace un par de semanas tachaba a los críticos del presidente López Obrador de sus malquerientes.

Antes, un joven amigo argumentaba ante mi suspicacia: Nada está escrito, no tenemos una bola de cristal, refiriéndose a que en realidad lo central no eran las consecuencia de las decisiones del presidente, sino su honestidad. Y otro con doctorado me mató ya: El chiste es que le rompimos su madre a la mafia del PRI-AN

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¡O mi viejo peluquero en los Pedregales de Coyoacán, exhibiendo un ejemplar del Basta mientras solemne, cadenciosamente advertía: Este es mi presidente, él sí me representa, habla como pueblo, es puro pueblo! Lo que a su vez me llevó a evocar lo dicho por la madre de otra amiga, en sentido radicalmente contrario: No voté por ese señor, porque no creo que alguien que habla como yo pueda gobernar un país.

Y recuerdo a una colega en la UNAM, al interpelar con vehemencia: Si AMLO lo hace bien, ¿serás el primero en reconocerlo públicamente?

La futilidad de los argumentos permea el debate público en los medios periodísticos, las redes socio-digitales y las conversaciones.

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UN PASÓN NACIONALISTA-COSTUMBRISTA

Todo está siendo coloquialmente mágico, ¿no creen? Estamos dándonos un pasón nacionalista-costumbrista, sostenido por ese cliché, por lo visto irremontable, de que los verdaderos mexicanos —o sea los no conservadores [¡que alguien me diga que hago con esta paradoja de la Posverdad!]— son esencialmente nacionalistas sentimentales, creyentes, apegados a su mamá y unidos, parlanchines, ocurrentes, retadores y algo pícaros, pero nobles como charros de película.

La conversación pública me ha hecho repensar a los emotivos y cautivantes Sara García, Pepe el Toro, El Santo, Juan Gabriel, Cantinflas, el Púas Olivares, Alfredo Palacios, Pedro Sola o al expresidente municipal nayarita que se hace llamar Layín —que quizá vino a este mundo para decir: Robé, pero poquito, como decir: Me canso ganso, No crean que tiene mucha ciencia el gobernar o Fuchi, caca—, y su horizonte mental tan vernáculo, tan cavernario de Platón.

Y así veo hoy la política: simplona, estrecha, localista, salpimentada de folclor¡Torito! ¡Chachita!

Mirando al presidente López Obrador no hallo razón para no reflexionar sobre eso. Después de todo, ¿cómo apagar eso que Popper llamó la conciencia crítica?

Pero cuando lo conversé con un colega periodista, su respuesta fue: Yo lo admiro, es un genio por su capacidad para mantenerse en la agenda, arrojándome otra vez al fondo del oscuro pozo de lo idiosincrático: todo esto se trata entonces de ser más listo.

Ahora trato de salir de ahí una vez más, para retomar el hilo: la historia de México está poblada de una sucesión de presidentes ineptos. Más o menos honestos o corruptos, gentiles u hoscos, guapos o poco agraciados, liberales o autoritarios, pretenciosos o sencillos, reservados, tímidos o deslenguados, pero básicamente, a la luz de su legado, ineptos. Ineptos con poder, gobernando a una sociedad mayoritariamente deficitaria en lo democrático

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En esta virtud, ¿está fuera de lugar, es impertinente o grosero mirar y escuchar con atención al presidente actual? Sé que no es fácil, porque ver y escuchar todos los días, por todas partes, a una persona además tan protagónica y logorreica, sometiendo aún más a un sistema de medios liberal capturado, como caracteriza al sistema mexicano Manuel Alejandro Guerrero (determinado por variables políticas de carácter histórico, clientelares, económico y de informalidad, frente a una legalidad y una democracia de partidos formales tan frágiles como el Estado de derecho mismo) ciertamente no es fácil. Pero uno se esfuerza, buscando comprender eso que otro cliché llama el estilo personal de gobernar (Daniel Cosío Villegas dixit). 

EL GOBERNANTE QUE SE FUE A VIVIR A UN PALACIO

Las más de las veces veo el rostro gesticulante de un hombre atrapado en su investidura, en un entorno ilustrado con personajes históricos paradójicamente edulcorados por la historia oficial que me recuerdan las estampitas de papelería, cuyo rictus parece transitar de la ira, la arrogancia, la sorna o la indiferencia, a la frustración, el dolor o, de plano, el hartazgo. En tanto que escucho o leo salir de su boca lugares comunes —casi siempre coloquiales— que pueden antojarse aterradores por banales respecto de la dimensión de los problemas a los cuales alude y en los que vivimos inmersos.

Aunque haciendo gestos, antes tragaba el argumento de que es su forma de hacer clic con el pueblo. Pero a estas alturas ya no sé qué es el pueblo, ni si pertenezco a él o, por decir, cuáles de las víctimas mortales del coronavirus son pueblo y cuáles no, mientras que tengo claro, en cambio, que esa forma deliberada o genuina de comunicación política —¿o también exhibo mala fe al considerarla tal?— va distanciándome de un gobernante que, de por sí, en sus primera decisiones optó, para no vivir soberbiamente en una residencia, por alojarse austeramente en un palacio —el más grande y majestuoso de México.

Ese hombre con el mayor poder al que podría aspirar un ciudadano y al mismo tiempo tan ávido de él y de figurar, que lo mismo estigmatiza, desafía, intimida y denigra a quienes lo cuestionan, aún tratándose del más modesto de los reporteros o de los empleados precarizados de un remoto municipio guerrerense; que sienta a los secretarios y otros funcionarios del gobierno cada mañana en sus sillitas, esperando la orden para hablar o callar —Acá el ingeniero, que me apoya en la SADER, o ¿Qué dijistes? A ver, ven acá [a López-Gatell]—; con tono edificante —aunque trastabillante y sin nunca faltar la muletilla presidencial: Esteeeehabla de la salvación del alma, la familia mexicana, el Papa y sus mensajes, de redimir a transgresores de la ley apelando a su edipismo, de la función protectora natural de las mujeres, y, bueno, el ¡Te la robaste cabrón! a un automovilista con su pareja; o que va por los caminos tumbando proyectos no aprobados por él, con votaciones a mano alzada, y ostentando su gusto por la fritanga, la aglomeración y el roce de calle —hasta niveles suicida/homicidas, llamando a ignorar la contingencia sanitaria, o a conjurarla con fetiches religiosos.

En fin, que sostiene con sangre fría que terminó con la pobreza, la corrupción, la tortura y la violación de derechos humanos, mientras transfiere poder político y económico a las fuerzas armadas —militarismo, le llama Bobbio, en el sentido de que Para obtener los medios necesarios para el buen funcionamiento de sus instituciones, los militares deben cumplir tres funciones grosso modo políticas…, incluidas la función de consejo respecto de los que detentan el poder político, y finalmente la función de realización de los objetivos políticos elaborados por los civiles, incluso sobre la base de los consejos dados por los expertos militares (“Diccionario de Política”, Ed. Siglo XXI, p. 966).

Ese hombre que, como está todo hoy, con palabras pretende que la realidad cambió y así debemos asumirlo todos de una (puta) vez —Ley Federal de Austeridad Republicana o Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado, a caballo entre sus antecesores Echeverría y Salinas de Gortari—, rifa un avión, sin rifarlo, cruza el país en plena crisis sanitaria para inaugurar una escuela primaria, o descalifica a las calificadoras internacionales por descalificarlo, no me permite identificar la dimensión de sus aptitudes precisas para conducir el Estado, inmerso el país en una crisis que se prolonga por más de un cuarto de siglo

Dicho esto, confieso que si pudiera verlo con la distancia con la que veo a otros presidentes populistas estoy seguro de que, de algún modo, me divertiría.

 

 

@mlaraklahr

 

 

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Emequis



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