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Día de la madre tras las rejas

“Ser madre tras las rejas es todavía peor en medio de una pandemia. Muchas mujeres, acostumbradas a ver a sus hijos al menos el 10 de mayo de cada año, no podrán hacerlo”. BEATRIZ RIVAS escribe sobre la vida de Amalia.

Por Emequis
5 / 9 / 20

Amalia, cuyo nombre he cambiado, a los 18 años entró a trabajar a las oficinas de un importante medio de información de la Ciudad de México. Se encargaba de la limpieza y, para ganar más dinero, era la “tamalera” oficial: de escritorio en escritorio vendía tamales para desayunar o almorzar, que ella y su madre preparaban la noche anterior. Los de elote eran los más requeridos. Tenía apenas 20 años cuando se enamoró de un narcomenudista. Y así, enamorada, los fines de semana le ayudaba a su novio a vender la mercancía por la zona de la Merced. Por un mal cálculo del karma, ella fue quien terminó detenida, dos días antes de su cumpleaños. Al poco tiempo de estar en el Centro Femenil de Readaptación Social Santa Marta Acatitla, supo que esperaba un bebé y que, por lo tanto, se convertiría en una más de las mujeres encarceladas que dan a luz en prisión. Su niño sería uno de los 436, entre 0 y 6 años, que viven con sus madres dentro de alguna de las instituciones carcelarias de este país. Las autoridades del reclusorio le informaron todos los derechos a los que tenía acceso como prisionera embarazada, pero cuando conoció a Viridiana, le dijo que esos derechos, fuera del papel, difícilmente existían. Viri tenía cinco meses de embarazo y, además de hacerse su amiga, fue la persona que la guió durante las siguientes semanas de gestación, hasta que comenzó a sentirse mal. Entonces, Amalia la cuidó a ella y la convenció, aconsejada por otro reclusa, que llamara a la CDHDF para quejarse: tenía muy fuertes dolores de cabeza y las piernas demasiado hinchadas. El servicio médico del lugar sólo le tomaba la presión y no le daba mayor información sobre su estado de salud. El mismo día de la llamada, la Comisión solicitó medidas precautorias a favor de la peticionaria, pero mientras se tramitaba la queja, Viridiana López Centeno y su bebita fallecieron. 

Amalia se quedó sola otra vez. Desde que sus padres supieron que había delinquido, dejaron de apoyarla: su papá jamás la visitó en prisión; su madre, sólo los primeros cuatro meses. Cuando el novio se enteró que estaba embarazada, desapareció. Como mujer, no sólo había trasgredido la ley, sino las normas sociales, es decir, lo que la sociedad espera de toda mujer: que sean hijas, esposas y madres sumisas, tolerantes y serviciales. Una mujer que no cumple con el rol esperado, es rechazada. Explica Carlos Augusto Hernández Armas: “La estigmatización de la mujer delincuente trasciende la categoría de delito, pues desacredita también lo que esta mujer está dejando de hacer”. Una mujer presa, delincuente, no puede ser una buena madre, se piensa. Y no ser una buena madre equivale al mayor de los pecados. 

David, el hijo de Amalia, nació en prisión hace casi 9 años, a pesar de que las leyes de reclusión indican que las mujeres embarazadas, además de recibir los cuidados necesarios y adecuados durante el embarazo, el parto y el posparto, no deben dar a luz en prisión sino en instituciones hospitalarias distintas a las localizadas en la cárcel, que cuenten con especialistas en pediatría y ginecoobstetricia. Por otro lado, David tuvo suerte, pues a pesar de que muy pocos reclusorios cuentan con áreas de maternidad y educación temprana, él sí pudo asistir al CENDI (Centro de Desarrollo Integral) para convivir con los hijos e hijas de otras prisioneras. Madre e hijo también “disfrutaron” de dormitorios apartados de la población general.

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En plena pandemia de coronavirus, veo en las redes sociales que muchas mujeres se están quejando de que deberán pasar el día de la madre en el encierro, alejadas de sus hijos. Las mujeres verdaderamente encerradas representan el 5 por ciento de los prisioneros de todo el país. De ellas, según datos de Reinserta, el 29 por ciento han tenido al menos un embarazo desde que ingresaron a prisión y sólo un 53 por ciento recibió atención prenatal. Gran parte de estas mujeres no querían que sus hijos se quedaran con ellas pues entienden, mejor que nadie, que no son lugares adecuados para niños. Dentro de los penales, los pequeños viven situaciones de violencia (hasta son testigos de agresiones, crímenes y están en contacto con drogas) y no cuentan con la atención ni las intalaciones adecuadas. El 24 por ciento ni siquiera fueron registrados. Si estas mujeres mantienen a sus hijos con ellas, en la mayoría de los casos es porque sus familiares, amigos y parejas las abandonaron. O porque ninguno de los suyos quiso hacerse cargo del bebé.

También hay muchas mujeres encarceladas que, aunque no hayan dado luz en prisión, son madres: el 80 por ciento.

Desde que David tuvo que dejar la cárcel, visita a su mamá todas las semanas y siempre ha participado en los festejos del día de las madres que, este año, no podrán llevarse a cabo. Dos internas de Santa Marta Acatitla dieron positivo de Covid-19 a una semana de haber ingresado al penal. De inmediato las llevaron a un área aislada; por cierto, cerca de donde se encontraban Rosario Robles y Mónica García Villegas, directora del Colegio Rébsamen, que ya fueron cambiadas de celda para no ponerlas en riesgo.

Ser madre tras las rejas es todavía peor en medio de una pandemia. Muchas mujeres, acostumbradas a ver a sus hijos al menos el 10 de mayo de cada año, no podrán hacerlo. Amalia y su hijo deberán cambiar su tradición: cada día de la madre, David, acompañado por una ex vecina de Amalia que lo cuida desde que el niño dejó la prisión, llega a Santa Marta con un autorretrato hecho a crayola, y media docena de tamales de elote, que él mismo prepara siguiendo la receta de su madre.

En esta ocasión, David no podrá visitarla y Amalia seguirá, como desde hace un mes, tratado de hacer lo imposible: conservar la “sana distancia”, “aislarse” (¿cómo aislarse en pleno hacinamiento?) y seguir las medidas de higiene recomendadas para evitar el contagio. 

Sin embargo, la mujer, que acaba de cumplir 30 años, se siente privilegiada; por ser madre y celebrarlo aunque sea a la distancia, por tener a alguien que cuida de su hijo y porque forma parte del apenas 10 por ciento de las mujeres prisioneras en ese reclusorio, que sí reciben visitas.

Las demás, madres o no, han sido olvidadas tras las rejas.

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