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Cuando matan a las buscadoras

La tragedia de madres buscadoras. Nadie sabe cuál será el remedio a la catástrofe de seguridad que padecemos, pero es evidente que tendrá que pasar por condenas permanentes y puntuales.

Por Emequis
5 / 04 / 23

CONFIDENTE EMEEQUIS

EMEEQUIS.– Las mujeres que buscan a sus hijos desaparecidos están en un enorme riesgo. Los criminales no se conforman con el daño enorme que les han hecho y terminan asesinándolas también a ellas. 

Es lo que le ocurrió a Teresa Magueyal, quien murió en San Miguel Octopan, en el municipio de Celaya este martes. Dos sujetos que viajaban en una motocicleta le dispararon frente a un jardín de niños. 

A los sicarios no les importó actuar a plena luz del día, o quizá es lo que querían para que el mensaje de terror y zozobra resultara más contundente. 

Ella seguía la pista de su hijo Luis Apaseo Magueyal, quien desapareció el 6 de abril de 2020. Integrante de Una Promesa Cumplida, Magueyal es una muestra de valentía, de tesón, pero a la vez de fragilidad, de desamparo ante la negligencia o la inutilidad de las autoridades, las que tienen el deber de garantizar la seguridad ciudadana y de respaldar a las víctimas de la delincuencia. 

El 22 de abril, Diana Loza denunció la desaparición de su hijo Carlos Ontiveros Loza en Tijuana. Su caso es especialmente dramático, porque durante cuatro años, ella se desempeñó como ministerio público en la fiscalía de Baja California y en el área de búsqueda de personas. Por eso para Loza es difícil, terrible lo que está pasando y por lo que puede ocurrir a su hijo. Ojalá lo encuentre con vida. 

 TE RECOMENDAMOS: “ESTE RECONOCIMIENTO ES DE CADA UNA DE LAS MADRES BUSCADORAS”: MARÍA HERRERA MAGDALENO

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El 6 de abril, en Tepic, Nayarit, desapareció Juan Carlos Tercero Aley, quien se desempeña como antropólogo forense y colabora en la Comisión de Búsqueda estatal y auxiliando a las familias que tratan de identificar a sus seres queridos. 

Por regla general, son los colectivos de buscadoras los que se encargan de que las historias de sus familiares no queden en el olvido y se conviertan solamente en un registro más de las personas de las que ya no se sabe más y que llegan a las 109 mil. 

Son estas mujeres las que asumieron la función de hacer lo que les toca a otros y lo realizan en condiciones de seguridad nada adecuadas. 

La paradoja, muy triste, es que terminan muriendo, porque los bandidos creen que esa es la forma de silenciar una denuncia que, sin embargo, las trasciende, porque proviene de uno de los reclamos más genuinos y que es, nada menos, que el de una madre indagando sobre el paradero de sus hijos. 

Las autoridades estatales y federales están rebasadas, en parte porque es imposible, aunque sea indispensable, el esclarecer tal cantidad de casos. 

Por eso, entre otras cosas, es que se está enfrentando una crisis de carácter forense. Es decir, no hay las herramientas suficientes ni para identificar el cúmulo de cuerpos encontrados en fosas para hacer los estudios genéticos que puedan ser comparados con los de los familiares que los reclaman y buscan.

Desde finales de 2006 y hasta la fecha, se han encontrado 2 mil 835 fosas clandestinas. Si nos detenemos ante la cifra, observaremos que su magnitud es todavía más amplia, porque no solo se trata del hecho, de por sí grave, de los entierros clandestinos, sino de todo el daño que causan. Es la ruptura del tejido social, la constatación de que las redes sociales de protección ya no existen prácticamente. 

Estamos en una situación compleja que ya tiene derivaciones terribles, pero para la que no hemos visto el final. 

¿Qué puede ser de un país que enfrenta esa marejada de muerte? ¿Cuáles serán las consecuencias a nivel colectivo de décadas de barbarie?

Nadie sabe cuál será el remedio a la catástrofe de seguridad que padecemos, pero es evidente que ello tendrá que pasar por condenas permanentes y puntuales. No debemos acostumbrarnos a la brutalidad, dejando que el conteo frío de los números desplace a las historias puntuales de quienes ya no están y que desaparecieron contra su voluntad.  

Uno de los rasgos del fenómeno que enfrentamos, es que las maquinarias criminales funcionan sin límites e inclusive sin objetivos precisos. Se mata porque se puede y con el convencimiento de que hay una alta probabilidad de que impere la impunidad.

Es una maldad pura, los rasgos de algo que está emergiendo desde hace años, que tiene, hasta ese momento, una potencia por desgracia incontrolable.

@jandradej 

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