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Putin: un gángster lleno de rencores para quien la vida es un juego de suma cero

Obama lo ve como un líder de un sindicato criminal “pero con misiles” y la CIA señala su obsesión de dañar a sus enemigos. Putin manda en Rusia desde 1999. No concebía una Ucrania independiente desde la extinción de la URSS. Hoy amenaza al mundo con “consecuencias nunca antes vistas” si interfieren con su invasión.

2 / 25 / 22

EMEEQUIS.– El 5 de septiembre de 2004, el candidato independiente a la presidencia de Ucrania, Víctor Yúschenko, comió arroz envenenado. Habían agregado dioxina a su plato, en una cena con los funcionarios del gobierno. Pero no le mató.

Cuando volvió a su casa y besó a su esposa, ésta le dijo que sus labios tenían un extraño sabor metálico. Su rostro se deformó, se hinchó y cobró el aspecto de una zona erosionada, o como una superficie planetaria impactada por una tormenta de meteoritos. Fue atendido en Viena, donde fue diagnosticado con una pancreatitis aguda, acompañada de cambios edematosos.

El ataque parecía tener el sello del servicio secreto ruso, habituado a dirimir conflictos y resolver toda clase de inconvenientes con esos métodos: exagentes, periodistas, opositores, morían envenenados.

Después de todo, el oponente de Yúschenko era Víctor Yanukóvich, candidato preferido del todopoderoso presidente ruso Vladimir Vladimirovich Putin –un duro exagente de la KGB, la despiadada y temida agencia de inteligencia de la era comunista–, quien tenía la esperanza de instaurar un gobierno a su servicio en Ucrania a través de Yanukóvich.

Putin no concebía que Ucrania fuera estado independiente desde 1991, tras la extinción de la Unión Soviética, y soñaba con retomar el control de “la puerta” por donde entraron desde invasiones napoleónicas hasta la penetración nazi de 1941.

Pero en diciembre siguiente, el independiente de 50 años Víctor Yúschenko, que había sobrevivido al envenenamiento, obtuvo la presidencia ucraniana.

No obstante, años después, cuando en una entrevista con la BBC le preguntaron si era Putin quien directamente había dado la orden de envenenarlo, como se había especulado desde un principio, el político respondió con toda cautela: “Tengo una respuesta para eso, pero no puedo decirla”.  

Putin se ha mostrado indiferente ante las amenazas de Biden y la OTAN. 

OBAMA: PUTIN, COMO UN GÁNSTER CON MISILES

Cuando el expresidente Barack Obama conoció a Putin, en julio de 2009, tuvo la impresión de que trataba con uno de los gángsters de los años de la prohibición de alcohol en el Chicago de los años treinta. 

“Putin me recordaba, de hecho, a ese tipo de hombres que en cierta época habían controlado la maquinaria de Chicago o el Tammany Hall; duros, con astucia callejera, nada sentimentales, que sabían lo que querían, que nunca se movían fuera de su limitada experiencia y veían el clientelismo, el soborno, el chantaje, el fraude y la violencia ocasional como legítimas herramientas de    negociación”, escribió el exmandatario en su memorias (Una tierra prometida, Debate, 2020).

“Para ellos –añade Obama–, igual que para Putin, la vida era un juego de suma cero; tenías que hacer negocios con los que estaban fuera de tu tribu, pero al final, jamás podías fiarte de ellos. En primer lugar debías mirar por tus propios intereses y luego por el bien de los tuyos. En ese mundo, la falta de escrúpulos y el desprecio por cualquier aspiración elevada más allá de la acumulación de poder, no eran defectos; eran una ventaja”.

A Obama le pareció que Putin era “un líder de lo que más se parecía a un sindicato criminal que a un gobierno tradicional; un sindicato cuyos tentáculos abarcaban hasta el último aspecto de la economía”.

El expresidente demócrata advertía los rasgos autoritarios de Putin, en los cuales hallaba además cierta índole caricaturesca:

“Con la meticulosidad de un adolescente en Instagram, generaba una fuente constante de fotografías en las que proyectaba una imagen casi ridícula de vigor masculino (Putin montando a caballo sin camiseta, Putin jugando al hockey) al mismo tiempo que ejercía esporádicamente el chovinismo y la homofobia, insistiendo en que los valores rusos estaban siendo infectados con elementos extranjeros”.

No podía ignorar, sin embargo, los índices de popularidad del autócrata, siempre alrededor del 60%.

Según Obama: “Era una popularidad que hundía sus raíces en el anticuado nacionalismo, la promesa de devolver a la madre Rusia su pasada gloria para aliviar la sensación de caos y humillación que habían sentido muchos rusos a lo largo de las dos décadas anteriores. Putin podía vender esa imagen porque él mismo había sufrido esa sensación”.

El también exsenador demócrata consideraba que “todo lo que hacía Putin era para alimentar el relato de que, gracias a su guía firme y paternal, Rusia había recuperado su magia. Solo había un problema para él: Rusia ya no era una superpotencia”.

Obama explica a detalle esa noción central en los resortes que mueven a Putin:

“A pesar de contar con un arsenal nuclear solo superado por el nuestro, Rusia carecía de la vasta red de alianzas y bases que permitía a Estados Unidos proyectar su poder por todo el globo. La economía rusa seguía siendo más pequeña que la de Italia, Canadá y Brasil, dependiente casi por completo del petróleo, el gas, los minerales y la exportación de armas. Los distritos comerciales de lujo de la ciudad de Moscú eran buena muestra de la transformación del país desde una economía destartalada y estatal a una con un número creciente de multimillonarios, pero la vida apurada de los rusos corrientes hablaba de lo poco que les llegaba de esa nueva riqueza. De acuerdo con diversos indicadores internacionales, los niveles de corrupción y desigualdad rusos competían con los de países en vías de desarrollo, y la esperanza de vida masculina en 2009 era más baja que la de Bangladesh”.

No obstante, la ilusión era poderosa. “Y fuera por instinto o por cálculo, Putin comprendió también el anhelo de orden del pueblo ruso. Mientras pocas personas tenían interés en regresar a los días de las granjas colectivas y las estanterías vacías en las tiendas, muchos estaban cansados, asustados y ofendidos con quienes –tanto en Rusia como en el extranjero– parecían haberse aprovechado de la debilidad de Yeltsin. Preferían un hombre de mano dura, algo que a Putin le encantaba ofrecer”.

 Transmisión del poder de Yeltsin a Putin en 1999.

RESTABLECIMIENTO DEL ESTADO POLICÍACO

Con y sin posición formal, Valdimir Putin ha tenido el mando en Rusia desde 1999, cuando asumió la presidencia a sus 47 años. La legislación del país sólo le permite ser presidente por tres periodos consecutivos, así que en 2008, cuando concluyó el tercero, dejó a Dmitri Medvédev en el puesto, y él se cambió al asiento de primer ministro, pero con todo el poder en sus manos.

En 2012 volvió a la presidencia y desde entonces retiene el poder. Nació en una familia de los últimos escalones sociales, pero ascendió a la cúspide por la escalera burocrática.

Apenas tras graduarse como abogado ―con honores― en la Universidad Estatal de Leningrado, Putin ingresó al cuerpo de espionaje de la KGB, que lo destacó en Dresde, dentro de Alemania Oriental, donde se distinguió por su disciplina y frialdad. Se cuenta que en sus primeros días de servicio, Putin se dedicó a destruir archivos y a hacer guardia contra posibles saqueadores. 

Ingresó a la política en los albores de la Rusia post soviética de la mano del reformista democrático Anatoli Sobchak, que fuera su mentor de la escuela de derecho. Cuando Sobchak se convirtió en alcalde de San Petersburgo, nombró a Putin vicealcalde.

Saltó de ahí a la administración del presidente Boris Yeltsin, donde alcanzó muy pronto el puesto de director del Servicio Federal de Seguridad, que no era sino una versión actualizada de la KGB.

Las numerosas reseñas sobre la vida del dirigente ruso coinciden en que combinó desde entonces las tácticas de inteligencia con la política, subordinado con favores a unos y amedrentando con la revelación de secretos a otros.

El presidente Boris Yeltsin nombró a Putin como primer ministro en agosto de 1999. Sólo cuatro meses después, enfermo y desprestigiado por la corrupción y el alcoholismo, Yeltsin cedió su despacho a Putin, quien ejerció como presidente en funciones (provisional).

Yeltsin se retiró con las garantías de protección por parte de Putin, quien dispuso las cosas para ser electo, tres meses después,  para un mandato presidencial completo.

Ya en el poder, el exfuncionario del ayuntamiento de Stalingrado se convirtió en un rudo militarista, recurriendo incluso a tácticas terroristas, como lo demostraría en Chechenia, en la invasión de Georgia, en su apoyo al separatismo en Ucrania.

Al interior fue igualmente implacable con los opositores, restableció el aparato de vigilancia al estilo de la era soviética, reprimió, acotó. 

Putin con Yeltsin en 1999.

PUTIN EN LOS FICHEROS DE LA CIA

En una entrevista de 2018, el exagente de la CIA en Moscú durante la Guerra Fría, John Sipher, dio algunos detalles sobre la ficha que la agencia elaboró sobre Putin. Contó que  Putin quedó marcado por un evento cuando era agente de la KGB en Dresde, el cual influyó de manera determinante cuando, ya en el poder, impulsó el restablecimiento de los aparatos de inteligencia policíaca en Rusia.

Su unidad se hallaba en una encrucijada y pidieron apoyo a Moscú, pero nadie llegó, ni la milicia ni las estructuras policiales. Eran insuficientes.

“Putin dice que eso fue formativo para él ―anota Sipher―. Cuando se necesitaba poder estatal, cuando la seguridad estaba en riesgo, no hubo apoyo. Se convenció entonces de que los servicios de seguridad del Estado debían ser poderosos y capaces de proteger al país. (…) Es el elemento más extenso del Estado en Rusia”.

Y es también el brazo de control político: periodistas independientes, opositores, líderes civiles, han sido vigilados, y a veces asesinados, por el Servicio Federal de Seguridad.

La entrevista citada ―difundida en postcast en la plataforma de Apple― cobró celebridad porque el entrevistador de Sipher fue el exdirector interino y adjunto de la CIA, Michael Morell, quien fuera subjefe de operaciones en Europa, Asia y los Balcanes.

A nivel de la política externa de Putin, Sipher dio un retrato aproximado, si bien más crudo, a la impresión descrita por Obama: “Putin entiende que necesita ser la persona más poderosa de su barrio, que debe tener el control de las áreas que lo rodean. (…). Pretende hacer creer a su gente que él es el único que los puede proteger”.

“Putin necesita ―abunda Sipher― tener países a su alrededor que le sirvan. De lo contrario, se convierten en su enemigo, y cuando tiene la oportunidad, hace algo en su contra. Su principal objetivo contra sus enemigos es causar pánico, caos y daño. (…) Siempre están preocupados por alguna invasión”.

Para probar la audacia de Putin, Sipher remite a la intromisión rusa en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016:

“Puso sus esfuerzos en interferir las elecciones y crear confusión, desinformación, decepción. En Estados Unidos muchas personas, incluso especialistas, buscaban convencerse de que no era posible que el Kremlin tuviera esa capacidad. Pero la realidad demostró que Rusia contaba con una gran variedad de herramientas: hackers, espías, diplomáticos, todos enfocados en la misma dirección”.

Sipher aventura en esa entrevista: “Posiblemente todas esas cosas las está haciendo también a todas las potencias occidentales”.  

Acaso no “en todas las potencias”, pero con toda probabilidad en los países que considera “bajo su esfera de influencia”.

Ahí estaba como testimonio su intervención en las elecciones de 2004 en Ucrania, en las que se le atribuye haber dado la orden directa de eliminar al candidato reformista Víctor Yúschenko, mientras apoyaba   a Víctor Yanukóvich, a través del cual pensaba gobernar a los ucranianos.

Diez años después dejó sentir el apoyo de Moscú a los movimientos separatistas de Ucrania, que al cabo terminó apoyando abiertamente y usándolos como ardid para invadir a esa nación esta semana.

De modo que el perfil plasmado en la ficha de Sipher encaja a la perfección con la imagen que Putin ha proyectado en las horas recientes en torno al infierno que desató en Ucrania.

Ante las sanciones impuestas por Occidente a su gobierno, Putin eleva la apuesta y responde con una amenaza:

 “Quien intente ponernos obstáculos, y más aún crear amenazas para nuestro país, para nuestro pueblo, debe saber que la respuesta de Rusia será inmediata y acarreará consecuencias que nunca han experimentado en su historia. Estamos listos para cualquier desarrollo de los acontecimientos. Se han adoptado todas las decisiones necesarias al respecto”.  

EL ENCUENTRO CON OBAMA

Barack Obama conoció a Putin el verano de 1999, cuando el presidente de la Federación Rusa era Dmitri Medvédev, pero “el poder lo ejercía su patrocinador”, dice el exmandatario estadounidense. 

Obama describe a Putin con una fisonomía “bastante común”: “bajito y compacto —con fisonomía de luchador—, un pelo fino y rubio, una nariz prominente y unos ojos pálidos y atentos”. Relata:

“Conocí a Vladimir Putin a la mañana siguiente, cuando visité su dacha, situada en las afueras de Moscú. Nuestros expertos en Rusia, McFaul, Bill Burns y Jim Jones me acompañaron en el viaje. Burns, que ya había tenido otros encuentros con Putin, sugirió que hiciese una presentación inicial breve. Es muy sensible a cualquier posible desprecio —dijo Burns—, y desde su punto de vista es el líder más veterano. Tal vez sea mejor abrir la reunión preguntándole cuál es su opinión sobre el estado de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia y dejar que se saque de encima dos o tres cosas”. 

El también exsenador demócrata se sorprendió porque su asesor “no había bromeado con lo de que el hombre quería sacarse dos o tres cosas de encima”: 

“Apenas había terminado la pregunta cuando Putin se lanzó a un monólogo animado y en apariencia interminable en el que relató todas las injusticias, traiciones y desprecios que tanto él como el pueblo ruso habían tenido que sufrir a manos de los estadounidenses”.

Imagen clásica de la cumbre del G20 en 2016 en la que destacan las miradas de Putin y Obama. 

Putin dijo a Obama que en 2001 había contactado George Bush tras el ataque a las Torres Gemelas del 9-11 para ofrecerle su solidaridad, y también sus servicios de inteligencia; que había ayudado a Estados Unidos a asegurar las bases aéreas de Kirguistán y Uzbekistán para la campaña de Afganistán, y había ofrecido ayuda para controlar a Sadam Husein.

Pero, reclamó, ¿qué había ganado con eso? Bush invadió Irak y desestabilizó todo Oriente Próximo, Estados Unidos se salió del tratado antimisiles balísticos y no desistió de ubicar sistemas de defensa antimisiles en la frontera con Rusia; se había admitido en la OTAN a los antiguos países del Pacto de Varsovia durante las administraciones Clinton y Bush, lo cual, consideraba, había sido una “clara intromisión en la esfera de influencia” de Rusia: mientras que el apoyo de Estados Unidos a las “revoluciones de colores” de Georgia, Ucrania y Kirguistán “bajo el engañoso disfraz de promoción de la democracia” le había creado hostilidad con sus vecinos.

“En opinión de Putin ―anota Obama―, los estadounidenses habían sido arrogantes, desdeñosos, no habían tratado a Rusia como a un igual, y constantemente habían intentado dictar sus términos al resto del mundo, lo que en conjunto hacía difícil ser optimistas sobre las relaciones futuras”. 

Obama le recordó que él se había opuesto a la guerra de Irak, pero también que rechazaba las acciones de Rusia en Georgia, y que creía que todas las naciones tenían el derecho de decidir sus propias alianzas y relaciones económicas sin interferencias. También rebatió la idea de que un sistema de defensa limitado diseñado para la protección frente a un posible lanzamiento de misiles iraníes podría tener algún impacto sobre el poderoso arsenal nuclear de Rusia, y le habló de su intención de revisar el plan de defensa antimisiles en Europa, antes de dar más pasos adelante. 

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Propuso Obama un reinicio de las relaciones, no para “eliminar todas las diferencias”, sino “dejar atrás las costumbres de la Guerra Fría y establecer una relación realista y madura que pudiera hacerse cargo de esas diferencias y aprovechar nuestros intereses compartidos”. 

Dice Obama que “por momentos la conversación se volvió tensa, sobre todo respecto al tema de Irán. Putin despreció mi preocupación por el programa nuclear de Irán y se enfureció ante mi propuesta de que suspendiera una venta pendiente al régimen de un poderoso sistema de misiles S-300 tierra-aire de diseño ruso. Me dijo que el sistema era puramente defensivo, y añadió que incumplir un contrato por valor de 800 millones de dólares pondría en riesgo tanto un negocio ventajoso como la reputación de Rusia como fabricante de armas”.

Después de dos horas, Putin “ se mostró abierto” a la propuesta de reinicio, recuerda Obama, y refiere las palabras finales del ruso: “Evidentemente, para todas esas cuestiones, tendrá que trabajar con Dmitri —me dijo Putin mientras me acompañaba hacia mi comitiva—. Todo esto es ahora decisión suya. Nos miramos a los ojos al darnos la mano, ambos sabíamos que la declaración que acababa de hacer era más bien dudosa”.

Cuando su equipo le preguntó qué le había parecido Putin, Obama, que tenía experiencia de trato político con líderes comunitarios y de barrio, respondió: “Como un jefe de distrito, solo que con misiles nucleares y un poder de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas”. 

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