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Del otro lado de las rejas: la realidad de los hijos con padres en prisión

El Estado mexicano no contempla a los hombres presos como cuidadores: la Ley no fomenta la paternidad responsable desde la cárcel, dice el Diagnóstico de Maternidad y Paternidad en Prisión 2019 de Reinserta

10 / 01 / 19

Los seis meses que *Elia siguió el proceso penal de su esposo decidió que jamás llevaría a sus dos hijos a ver a su padre a la cárcel. Estaba preso acusado por violación impropia agravada en contra de una menor de edad. Sus hijos tenían menos de cinco años. 

 

Recuerda que juntaba morralla para repartir entre los oficiales de los puntos de revisión en cada visita al Centro Varonil de Reinserción Social de Santa Martha Acatitla. “Vas dando de diez en diez, hasta que llegas al último punto y entregas todo lo que te queda”. Luego veía cómo los oficiales metían los dedos a la comida que le llevaba, sentía cómo tocaban hasta la parte más íntima de su cuerpo, llegó a escuchar burlas. 

 

“Vi toda la opresión y toda la violencia que hay desde que uno entra y dije: no, no voy a traer a mis hijos”. A *Edson, su pareja, le esperaba una posible pena que, les habían dicho entonces, podía llegar hasta los 10 años de cárcel. 

 

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Elia, a partir de su experiencia, apunta a un dato más: “Las cárceles no tienen espacios adecuados, no hay ni una sola consideración para los niños, nada que fomente la convivencia sana entre padres e hijos. Lo otro es que tampoco hay un seguimiento a quienes nos quedamos del otro lado de las rejas”. 

 

El caso de esta familia tiene más de 20 años, pero las cosas no han cambiado. Las condiciones de las cárceles mexicanas impiden que las personas privadas de la libertad puedan ejercer libremente su paternidad. 

 

De acuerdo con el Diagnóstico de Maternidad y Paternidad en Prisión 2019 de Reinserta, la Ley Nacional de Ejecución Penal (LNEP) no prevé los derechos, condiciones y lineamientos de la convivencia entre padres y sus hijas e hijos menores de edad, es decir, que el Estado no tiene estrategias para apoyar el ejercicio sano y responsable de la paternidad. 

 

Esto “evidencia que la ley carece de perspectiva de género, y resulta discriminatoria, pues no contempla a los hombres como posibles cuidadores”, se lee en el Diagnóstico.

 

SÓLO POCOS PAPÁS SE HACEN CARGO DEL SUSTENTO

 

Reinserta entrevistó a mil 795 hombres padres presos en cinco entidades federativas —Nuevo León, Baja California Sur, Tamaulipas, Ciudad de México y Quintana Roo— y pudo definir que el 98% de ellos tiene a sus hijos viviendo fuera de un centro de reclusión, el resto vive con sus madres que también están recluidas. 

 

Por ejemplo, menos de la mitad de los entrevistados dijo destinar el dinero que reciben como remuneración por trabajos realizados, para la manutención de sus hijos; la mayoría lo usa para satisfacer sus necesidades propias dentro de prisión. Sólo 36% de ellos se reconoció como el sustento de sus familias, el 30% dijo enviar una parte de sus ingresos para la manutención y el resto dijo no aportar nada. 

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Hay una diferencia entre la relación que se genera entre madres e hijos y la de los padres con hijos en situación de cárcel. Las madres en prisión están respaldadas por la LNEP que marca su derecho a la maternidad y a las condiciones adecuadas para la convivencia con sus hijas e hijos —aunque esto no se cumple al 100% en México—, sobre los padres no hay pronunciamiento sobre su derecho a la paternidad, por ello suelen disociarse de sus descendientes en muchos de los casos, también de las responsabilidades con sus familias. 

 

En entrevista con EMEEQUIS, Saskia Niño de Rivera, directora de Reinserta, explica que este estudio es un primer acercamiento a las consecuencias que tiene la falta de legislación sobre paternidad responsable. “Las mujeres no somos las únicas de traer a alguien al mundo, hay que impulsar esta corresponsabilidad en cualquier circunstancia”. 

 

Para Saskia hay síntomas que muestran esta falta de perspectiva de género dentro del sistema penitenciario, entre ellos, que cuatro de cada 10 hombres recluidos no recuerdan la fecha de nacimiento de sus hijos. Y, según cuenta, hay quienes ni siquiera recuerdan los nombres. 

  

CONTACTO MÍNIMO, SÓLO A TRAVÉS DE CARTAS O LLAMADAS

 

*Joel, el hijo menor de Edson, tiene pocos recuerdos con su padre, ninguno dentro de prisión. La cárcel puso un muro entre ellos y no exclusivamente por la reclusión, pero sí como consecuencia de ella. Su padre estuvo sólo seis meses en prisión, pues su madre logró conseguir los 50 mil viejos pesos (casi 700 mil si lo trasladamos a la época actual) de fianza, para que saliera. Pero al salir le fue imposible conseguir empleo y migró a los Estados Unidos, ahí terminó por desentenderse de ellos. 

 

“Aún estamos entendiendo el efecto que tuvo la reclusión de mi padre en nuestras vidas. Lo que cuenta mi mamá fue principalmente la dificultad económica que surgió a partir de esos seis meses y que sigue teniendo efecto en nuestra familia, pero no ha sido lo único”, explica. 

 

Sobre los hombres privados de libertad, se enfatiza en el estudio, no hay en el país cifras exactas sobre cuántos de ellos tienen hijas o hijos menores de edad en México, mientras que existe un vacío legal sobre derechos y necesidades. 

 

“El ejercicio de la paternidad de los hombres privados de libertad en nuestro país se limita a mantener contacto con sus hijas e hijos cuando éstos les visitan o, en la mayoría de los casos, a través de cartas o llamadas”, se señala en el documento.

 

México así está muy lejos de experiencias de otros países en donde el ejercicio de la paternidad sí es una realidad; sin distinción entre mujeres y hombres, es posible mantener el vínculo entre padres e hijos. Por ejemplo, en Bolivia, Noruega y Dinamarca, el sistema de justicia dicta sentencias que contemplan las necesidades de los hijos de los hombres privados de libertad, incluyendo la posibilidad de salir temporalmente de prisión para hacerse cargo del cuidado de sus hijos.

 

“TUS PAPÁS ESTÁN TRABAJANDO”

 

*Fernando Menez tenía 10 años la última vez que vio a sus padres, ambos fueron acusados de traficar droga. La familia que se quedó a cargo de él y sus dos hermanos les dijo que sus padres estaban trabajando. 

 

“Nos enviaban cartas, nos decían que nos extrañaban y que pronto volverían, a veces nos enviaban fotos, pero yo los veía siempre iguales, con un uniforme de prisión. Pregunté directamente por qué mis papás estaban en la cárcel y mi familia me decía que no, que solo estaban trabajando. Confirmé lo de la cárcel hasta los 12”, cuenta. 

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Su caso es un reflejo del 20% de los hijos de personas en reclusión, de acuerdo con el Diagnóstico de Reinserta, que no saben que sus padres están presos. Para Fernando la falta de acompañamiento para interpretar esta realidad le trajo problemas de conducta y agresión, luego se volcó al alcohol y las drogas. “Estuve poco más de una década sumido en estos problemas”. 

 

Las entrevistas a mujeres presas en México revelaron las situaciones adversas que padecen sus hijos fuera, el más recurrente es problemas emocionales (35%), seguido de la imposibilidad de visitarlas (32%) y el cambio de domicilio (16%). Ellas reconocen, según el Diagnóstico, que sus hijos han sido víctimas de alguna forma de maltrato cuando las visitan.

 

Fernando, aunque no vivió dentro de una prisión, desarrolló un cuadro de estrés tóxico que incluye desórdenes de atención, emocionales, cognitivos y de comportamiento, así como ansiedad, depresión, bajos niveles de confianza y, en etapas de adolescencia, el consumo de sustancias y adopción de estilos de vida riesgosos. 

 

“Me peleaba todo el tiempo en la escuela, era muy agresivo. En la secundaria probé marihuana y alcohol, se volvió algo de siempre. Estuve así hasta los 21 años, incluso seguí ya que mis padres habían salido de cárcel. Tenía enojo. Aún siento falta de confianza y mucha inseguridad en mis relaciones”, reflexiona.

 

HACEN FALTA CAMBIOS EN LA LEY Y POLÍTICAS PÚBLICAS

 

Este tipo de estrés se desarrolla porque quedan expuestos a situaciones de vulnerabilidad como pobreza, inestabilidad social, económica y emocional, en suma con el estigma de ser hija o hijo de alguien que cometió un delito. El análisis de su situación, realizado por Reinserta, dice que hay una ruptura abrupta entre la vida que solían llevar junto con sus padres y los nuevos roles que deben de asumir después. 

 

Esto se ve agravado por los obstáculos que hay para que padres y madres en prisión establezcan contacto con sus descendientes. Hay obstáculos geográficos y de transporte, barreras económicas y espacios no adecuados para visitas de niñas y niños, así como el trato duro de los custodios hacia los visitantes. 

 

Para Reinserta, dice Saskia Niño de Rivera, es urgente el desarrollo de propuestas de ley y políticas públicas para que los hombres puedan ejercer su paternidad, “el sistema penitenciario no fomenta que los hombres tengan vínculos familiares”. Actualmente hay muchos reos que no tienen ningún contacto con sus hijos. 

 

Otra de las cosas urgentes es el desarrollo de centros de convivencia familiar en los centros, que permitan que los menores convivan con sus progenitores en ambientes menos nocivos, pues el 3% de las niñas y niños que tienen contacto con el sistema penitenciario han sido víctimas de algún tipo de violencia. Así como un seguimiento a los que se quedan del otro lado de las rejas. 

 

Aún con ello y a 22 años de su historia, Fernando solo tiene una conclusión: “queremos que los niños piensen como adultos, pero no funcionamos igual. Antes de pensar en que si un niño va a ir a un lugar feo, hay que pensar que un niño lo único que quiere es ver a sus padres y así dejar de sentir tristeza. La primera acción de las autoridades debe de ser garantizar esto”.  

 

*Elia, Edson y Joel son nombres ficticios que corresponden a la familia que decidió otorgar su testimonio con la condición de guardar su identidad. *Fernando pidió resguardar datos específicos sobre la reclusión de sus progenitores a cambio de otorgar su testimonio.

 

@AleCrail

 

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Alejandra Crail

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